Alondra bajó lentamente la escalera, imaginó que
ahí estarían sus padres sentados como siempre, él leyendo algún artículo, ella
viendo el televisor.
—Uf, —lanzó una exhalación de aburrimiento,
segura de que la reprenderían—. Bajo con desgano y el descaro que la
caracterizaba; últimamente nada de lo que hacía les parecía, sus pantalones
demasiado ajustados, sus faltas muy cortas, las notas escolares fatales, sus
amigos unos vagos, en fin, ya estaba acostumbrada, solo los escucharía mientras
cenaba y se iría a su habitación, ocuparía su teléfono o su laptop y chatearía
con sus amigos.
—No tengo que escucharlos mucho tiempo. —se
dijo sarcástica, sonriendo con descaro.
Conforme se acercaba a la sala, empezó a
sentir sus rodillas flaquear, un vacío en el estómago, un nudo en la garganta
que amenazaba con ahogarla; hizo una pausa antes de llegar, se recargo en la
pared, evitó la sala y se dirigió a la cocina; tomó un vaso de leche, al
terminarlo, quedó como paralizada mirando el vacío de este, perdiéndose en sus memorias,
recordó la última escena donde sus padres discutían como solían hacerlo.
—Me esfuerzo para que estudie, para que
tenga una profesión. —Gritaba enérgico y
enfadado su padre.
—Solo
tú te esfuerzas? ¿Y qué hay de mí? —pregunto furiosa su madre.
Alondra sentada a su lado se limitaba a escucharlos;
sus voces parecían eco, nada la alteraba, burlona los miraba. Sabía que después
de la tormenta llegaba el silencio; sentados uno frente al otro, como si no
existieran, como dos desconocidos.
Dejó el vaso en la cocina...desde del
velorio no había llorado, su abuela la había querido llevar a su casa, pero con
sus ya 19 años ella quería vivir sola, sentirse libre.
Por fin después de largo rato se acercó a
la sala, miró los asientos donde solían sentarse sus padres, estaban vacíos, ya
no había gritos, solo silencio absoluto.
Se sintió terriblemente sola, no le importaría
escuchar sus reproches, o sentir su indiferencia, solo quería sentirlos cerca;
imagino a su padre con su cigarrillo, con ese gesto adusto que le acompañaba,
leyendo su periódico, pudo sentir su mirada de desilusión, después miro el asiento
vacío de su madre, imagino verla con esos ojos cansados marchitados, que
reflejaban tanta soledad.
Alondra subió a su habitación, miró atenta
su reflejo en el espejo, sorprendida le alarmó su delgadez, se veía descuidada,
recordó que llevaba días sin comer; las fiestas y el licor habían hecho
estragos en su cuerpo, parecía una chica desnutrida, en ese momento se preguntó,
cuáles eran sus sueños, sus metas, y se dio cuenta que…no tenía ninguno.
Pasó
horas sentada observando su celular, su computadora, en silencio, se daba
cuenta que nada llenaba su vida, como si viera sus años consumidos en esos
aparatos, en esas desenfrenadas fiestas. Recordó las palabras de su abuela, quien,
con sus ojitos humedecidos, tomaba sus manos para enlazarlas suavemente con las
suyas.
—Alondra, hija, hubo un terrible accidente
y… tus padres no sobrevivieron cariño. —Alondra guardó absoluto silencio por un
largo rato, nunca derramo una lágrima, nunca dijo nada, ni durante el velorio
ni en el funeral; la gente se acercaba a dar el pésame, pero ella parecía
ausente, al llegar a casa, durmió por muchas horas, y había despertado pensando
que era una pesadilla.
Una lágrima asomó a sus ojos, ahora se daba
cuenta que estaba sola, que bajaría y no vería nunca más a sus padres, ya no
más regaños, ya no más gritos, solo silencio, un total silencio.
El llanto se hizo más y más abundante, por
un momento pensó que se ahogaría, al fin ya calmada, bajo a la sala, se perdió
en ese cuadro familiar, recordó que en esa época solían reír, jugar, platicar,
no podía decir con certeza que fue lo que los separó, tal vez la amante de su
padre, la rebeldía de ella, o el silencio y conformismo de su madre.
Marco el teléfono, se escuchó la voz de su
abuela.
—¿Abuela? —Su voz ahora era frágil,
temerosa, apenas audible—. ¿Puedes venir? los ojos de Alondra se llenaron de
lágrimas, al otro lado de la línea podía oír que su abuela lloraba.
—Si hija, claro, no estás sola, aquí estoy
para ti.
Alondra ilusionada y agradecida colgó el
teléfono, descolgó el cuadro de sus padres, y subió los escalones hacia su
habitación; recogió sus libros, los limpió y los acomodo en su librero, limpió
su habitación, colocó el cuadro de sus padres a un lado sobre su buró,
—nunca más los desilusionaré, —prometió con una sonrisa triste— se sentó tranquila
y espero a la abuela Jacinta.
El tiempo y la vida se van, disfruta cada
momento, fija metas, ten sueños, valora a cada persona en tu camino, porque un
día despertarás y todo se habrá ido, te miraras al espejo, y te devolverá una
imagen real y cruda, sin caretas, sin escudos, ruega por que haya alguien que
recoja tus cenizas que, a pesar de tu soberbia, se haya quedado a tu lado.